Cuenca es Turismo
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Tipo de ruta
  • Senderismo Senderismo
  • Urbana Urbana
  • Dificultad Fácil Fácil
  • Recorrido Sólo IDA Sólo IDA
  • Distancia Distancia 2.76 km
  • Desnivel de subida Desnivel de subida 147.00 m
  • Desnivel de bajada Desnivel de bajada 218.00 m
Cómo llegar

 

Hacer turismo, ya sea “en casa” o lejos del lugar en el que residimos habitualmente, no solo nos sirve para relajarnos y olvidarnos de los problemas cotidianos, sino que nos permite vivir experiencias con múltiples beneficios para la salud, especialmente si lo practicamos en una ciudad tan bonita y de inigualables cualidades culturales y naturales como Cuenca.
Sin embargo, el turismo convencional ya no es una actividad neutra ni para el medio ambiente ni para las comunidades sociales que lo acogen, siendo de hecho una de las actividades humanas que más externalidades negativas genera en términos de contaminación y presión sobre los recursos locales de los destinos turísticos.
 

 

Los paisajes y la riqueza natural que envuelven Cuenca fueron un factor clave para su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y es que más allá del casco histórico, el entorno de Cuenca y los espacios verdes de la parte moderna de la ciudad, ofrecen multitud de posibilidades para disfrutar de sus maravillas naturales y culturales. 

 

PARADA 0 – PUNTO INICIAL DE LA RUTA
Lugar: Arcos del Ayuntamiento de Cuenca, junto a la Plaza Mayor

Arcos del Ayuntamiento de Cuenca junto a la Plaza Mayor

¿Estás debajo de los arcos del Ayuntamiento de Cuenca, junto a la Plaza Mayor? ¡Genial! Porque estás exactamente en el punto inicial de la ruta autoguiada Cuenca OneEarth. Vamos a sumergirnos en los tesoros naturales y etnográficos de una ciudad histórica, abrazada por dos hoces kársticas cuyas cualidades fueron fundamentales en su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y es que los ríos Júcar y Huécar, que rodean la ciudad fortificada que fue Cuenca en el pasado, y sus respectivas hoces, son capaces de desvelarnos la importancia de cuidar nuestra relación con el entorno y cómo dicha relación fue dando forma a la ciudad y a sus gentes a lo largo de la historia.

 

PARADA 1
Lugar: Monumento al Pastor en la bajada de los Canónigos

Monumento al Pastor en la bajada de los Canónigos

La Serranía de Cuenca alberga dos elementos naturales que han sido fundamentales en la socioeconomía de la capital conquense: fecundos prados de montaña y extensos pinares. Ambos otorgaron grandeza y renombre a Cuenca, el primero por la ganadería y la lana y el segundo por la madera. En este lugar, junto al monumento al pastor, la Hoz del Huécar nos cuenta la importancia histórica de la ganadería ovina y la industria textil derivada para Cuenca.
Todo comenzó a fraguarse allá por el siglo XIII, cuando el rey Alfonso X el Sabio crea el Honrado Concejo de la Mesta para proteger los derechos y privilegios de los rebaños trashumantes, esos que pasaban el invierno en territorios del sur de España y los veranos en las frescas zonas montañosas del norte, donde los verdes pastos aguantan el enviste de la época estival. Siglos después hemos descubierto que esta práctica, la de la trashumancia, ayuda a preservar la biodiversidad de los pastos gracias a la dispersión de semillas, a fijar carbono en el suelo y a prevenir incendios forestales, además de ofrecer un modelo sostenible de producción de alimentos.
¿Pero qué tiene que ver esto con Cuenca? Resulta que en las inmediaciones de la ciudad se dan cita dos importantes vías pecuarias (así se llaman “las carreteras” por las que se desplaza el ganado por los montes en busca de pastos): la Cañada Real de Rodrigo Ardaz y la Cañada Real Conquense o de los Chorros, que vienen desde lo más elevado de la Serranía de Cuenca y llegan hasta Andalucía a través de Sierra Morena en la provincia de Ciudad Real. Ésta última, la Cañada Real Conquense, cruza la Hoz del Huécar atravesando el entorno de la ciudad por detrás del Cerro del Socorro, situado frente a nosotros en esta parada de la ruta.
Junto a estas vías pecuarias se levantaron importantes casas de esquilaje, donde los rebaños de oveja merina nos dejaban su exquisita lana, y las industrias textiles para su transformación en paño, un proceso elaborado que dependía de una abundante mano de obra y cantidad de agua. El éxito y el poder ganadero de Cuenca y la alta calidad de su producción textil durante los siglos XV y XVI provocaron una notable transformación socioeconómica y una explosión demográfica para la capital.
La fama de la lana y productos textiles conquenses durante esta época se ejemplifica en los privilegios obtenidos en ferias anuales, las exportaciones a otros países europeos o las Ordenanzas Generales de 1500, donde se establecen que los paños más finos solamente podrían fabricarse con lanas procedentes de Cuenca. Hasta el ilustre Miguel de Cervantes, en el Quijote (1605), pone en boca de Sancho Panza el prestigio de los paños conquenses con la frase “Más calientes cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de limiste de Segovia”.
La importancia histórica de la lana y los paños para Cuenca queda patente también si nos fijamos en el barrio de los Tiradores, uno de los arrabales históricos de la ciudad de Cuenca, ya que su nombre hace referencia a los “tiradores de lana y paños” en las laderas de solana. Además, a sus pies, junto al río Huécar, se encontraba el gremio de los tintoreros, hoy en el recuerdo gracias a la Calle de los Tintes.

Barrio de los Tiradores en la base del Cerro del Socorro

Pero todo pasa y todo queda, y una fuerte crisis en el siglo XVII acabó con la imperante industria textil y ganadera, que se sumió poco a poco en el olvido, dejándonos como recuerdo de aquellos tiempos, quizá a modo de homenaje, la estatua del pastor que motiva este alto en el camino. En la actualidad son pocas las familias ganaderas que continúan moviendo sus rebaños pastantes haciendo la trashumancia, contribuyendo a mantener viva una tradición a través de la Cañadas Reales.

 

PARADA 2
Lugar: Mirador en la senda de los hocinos 

Bifurcación de caminos en la senda de los hocinos

Pero si nos detenemos en este punto es porque nos encontramos ante un vergel rural-urbano dibujado en la Hoz del río Huécar por infinidad de huertas y hocinos, el profundo eco de las aguas de sus acequias, el frotar de las ropas sobre la pila y el son de las ruedas de los molinos. Son muchos los oficios que modelaron el curso de las aguas del Huécar y las gentes de la ciudad de Cuenca, y sin duda uno de los más importantes lo desempeñaban los hortelanos que proporcionaban frutas y verduras a los habitantes de la ciudad.

Huertas en la vega del río Huécar.

Si echamos un vistazo a la vega del río Huécar, a nuestros pies, podemos ver que existe actividad relacionada con la producción hortícola, muy residual actualmente, si bien en el pasado esas fértiles tierras fueron la despensa de la ciudad. Pero en el caso de Cuenca, esta actividad llama especialmente la atención porque llegó a desarrollarse incluso “arriba”, en los cortados calizos que abrazan la ciudad. A las huertas situadas entre estas peñas del roquedo se las llama hocinos, que junto con las huertas de “debajo” de la hoz fueron la pieza fundamental del abastecimiento de fruta y verduras para los conquenses. 

 

Hocino abandonado con huertas aún en uso.

Los hortelanos del río Huécar no estaban solos en sus quehaceres diarios. Las lavanderas, que se afanaban en limpiar los ropajes a mano, arrodilladas en las orillas del río y usando jabones artesanales hechos a base de aceites usados y ceniza; los molineros, que producían la harina para elaborar el más que imprescindible pan gracias a la fuerza del agua; y algún molino de papel, alimentado con la corteza de chopos y sauces, formaban parte del día a día de la Hoz del Huécar hasta casi mediados del siglo XX.
La hoz del río Huécar escribe una de las páginas indispensables de la historia de Cuenca.

 

PARADA 3
Lugar: Banco de madera en el mirador de la hoz del río Huécar.

Vista desde el banco de madera en el mirador de la hoz del río Huécar

El hecho de que la ciudad de Cuenca esté “colgada” del borde de dos barrancos es uno de los aspectos que más sorprende a la gente. Probablemente, los fundadores árabes de Kunka pensaron en sus cualidades defensivas como atalaya (más que en las impresionantes e inspiradoras vistas), ya que esta ubicación convertía a los cortados rocosos en auténticas murallas naturales, haciendo que el enclave fuera prácticamente inexpugnable ante el ataque de ejércitos enemigos. El propio Alfonso VIII, el rey cristiano que conquistó Cuenca en 1177, no tuvo más remedio que asediar la ciudad para vencerla, privándola de comida y agua durante meses, hasta que los árabes se rindieron.
No cabe duda de que Cuenca no sería lo que es sin sus cortados rocosos, así que merece mucho la pena descubrir cómo llegaron ahí, aunque para ello haya que viajar un poco en el tiempo… Al fin y al cabo, recorrer las hoces de los ríos Júcar y Huécar es como visitar un museo de geología al aire libre.
Los farallones rocosos sobre los que se asienta la ciudad de Cuenca comenzaron su formación al final de la era de los dinosaurios, en el Cretácico Superior, hace más de 130 millones de años. Hasta aquel tiempo, el territorio que hoy ocupa Cuenca estaba cubierto por un mar tropical poco profundo en cuyo lecho se producía la precipitación (sedimentación) de carbonato cálcico procedente de las conchas y esqueletos de los animales marinos que lo habitaban, dando lugar, tras millones de años de compactación, a rocas carbonatadas sedimentarias.
Dentro de este gran macizo resultante se entremezclaron las rocas calizas puras, hechas de carbonato cálcico; las dolomías, hechas de carbonato cálcico con incrustaciones de magnesio; y margas, en las que los carbonatos se mezclan con minerales de la arcilla. Al retirarse el mar debido a la elevación del terreno (cosas de la Orogenia Alpina…), todo el macizo calizo quedó a merced de los procesos erosivos (de desgaste) comandados por el agua de lluvia. Rocas carbonatadas y agua son los ingredientes básicos de lo que se conoce como sistema kárstico, que es el responsable del paisaje que vemos en la actualidad: una enorme hoz abierta desde las entrañas de aquel macizo de roca primigenia a lo largo de millones de años por el transcurrir de las aguas del río Huécar.

Dibujo esquemático de la formación de una hoz kárstica

Vistos estos conceptos básicos, ahora podemos comprender que los farallones rocosos sobre los que se asienta Cuenca son dolomías, que al tener magnesio en su estructura mineral aguantan mejor los embistes erosivos del agua. Las calizas, en realidad, han desaparecido en su mayoría al ser barridas (disueltas) por el agua con el paso del tiempo. Y las margas son ese “cemento” grisáceo que podemos observar en la base de los farallones rocosos. Desde esta parada también podemos contemplar algunas de las singulares formaciones kársticas a las que ha dado lugar el inexorable paso del tiempo en el entorno de Cuenca, como las Ciudades Encantadas.

Dolomías de la Hoz del Huécar, debajo del edificio que hoy en día es el Archivo Histórico Provincial

Ejemplo de estrato de margas en la Hoz del Huécar

Ejemplo de “ciudad encantada” en el borde de la Hoz del Huécar

Pero la magia del sistema kárstico no se circunscribe a la erosión de las rocas carbonatadas y a las espectaculares formaciones resultantes. Y es que los minerales que se lleva el agua en disolución de una parte regresan al estado sólido en forma de toba, una roca frágil y porosa que se genera cuando el carbonato cálcico disuelto en el agua entra en contacto con otras rocas o con la vegetación. En muchas zonas de la geografía conquense, las tobas fósiles (las que ya se han secado para siempre) se han utilizado tradicionalmente en construcción, precisamente por ser poco pesadas y fáciles de trabajar. A lo largo de este tramo de la ruta podéis observar varios edificios de toba fósil: de hecho, el mismísimo Convento de San Pablo, actual Parador Nacional, se asienta sobre un enorme “pedazo” de toba.

Ejemplo de edificio de toba fósil en la Hoz del Huécar, muy posiblemente asociado a una fuga de agua en el acueducto cuando éste estaba en funcionamiento

 

PARADA 4
Lugar: Hocino de Federico Muelas

Hocino de Federico Muelas

Nos encontramos en uno de los hocinos más famosos de la hoz del río Huécar, el Hocino de Federico Muelas, que como observarás está completamente en ruinas. De este edificio, en su tiempo un pequeño paraíso rodeado de huertas y jardines, bien podríamos decir que parece un poema al que le faltan versos. Federico Muelas (1909 - 1974) fue periodista, guionista, cronista de la ciudad de Cuenca y una figura esencial en la cultura conquense, además de ser uno de los renombrados poetas de la Generación del 36. Enamorado de su tierra, tal y como lo expresa en muchos de sus textos, Federico escribió el Soneto a Cuenca, homenaje que le dedica a su ciudad natal y que dice así:

Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–,
¿subes orgullos, bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?
¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.
Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.
¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca cierta y soñada, en cielo y río.

Para regar los hocinos y los versos de Federico Muelas, sobre la roca, bordeando los cortados que le dan refugio a este particular rincón, aparece uno de los restos arquitectónicos más escondidos y a la vez sorprendentes de la ciudad: el acueducto. Esta obra, excavada por tramos en la roca, data de principios del siglo XVI, cuando la ciudad sufrió una explosión demográfica debido a la imperante industria textil de la que hablábamos en la Parada 1 de la ruta autoguiada Cuenca OneEarth. Su canalización parte de un manantial situado junto a otro hocino a unos 7 kilómetros de Cuenca, que en aquella época era conocido como el Hocino de la Parra y hoy es llamado Cueva del Fraile. Al llegar a la ciudad, el agua se almacenaba en pequeños depósitos o aljibes, muy parecidos a los que nos encontraremos en el camino si continuamos con la ruta. 

Detalle del antiguo acueducto de Cuenca, en el que se observa una parte canalizada (en primer plano) y otra excavada en el cortado rocoso (al fondo)

Este rincón de la Hoz del Huécar no solo da cabida a unas construcciones tan características y míticas como el Hocino de Federico Muelas y el antiguo acueducto de Cuenca… Gracias a la labor moldeadora del agua, esta zona también es fuente de biodiversidad al servir de hábitat para las aves rupícolas (las que viven asociadas a los cortados rocosos), como el halcón peregrino, al que podremos avistar persiguiendo azaroso a las palomas; el avión roquero, que utiliza magistralmente el “cemento” de las margas para la construcción de sus nidos; y el inquieto roquero solitario, que se alimenta de invertebrados y pequeños reptiles acechándolos cerca de las grietas de los cortados calizos.
 

PARADA 5
Lugar: Mirador del Castillo

Vistas desde el Mirador del Castillo

Las vistas que nos ofrece este punto de la ruta autoguiada Cuenca OneEarth bien podrían ser una obra artística viva y natural. Un lienzo entablillado en el tiempo, en el que el agua y el viento hacen de pinceles y las estaciones de paleta de colores. Sobre todo lo demás, en esta escena de ensueño destaca el tema principal de la obra: la confluencia natural de tres sierras y tres ríos que sitúan a la ciudad de Cuenca sobre una plataforma rocosa a caballo entre dos hoces fluviales. Una posición estratégica extraordinaria que nos conecta con la naturaleza…
Tres ríos son los que bordean la ciudad y tres cerros son los que la guardan. Los ríos Huécar y Júcar, ahondando en la tierra, han formado las dos hoces que levantan en volandas la ciudad de Cuenca. Y abajo, justo en frente de nosotros según nos asomamos a este balcón natural, en la vega donde ahora se levanta la parte moderna de la ciudad, el río Moscas, antaño proveedor de fértiles tierras extramuros de la vieja ciudad fortificada.
Lo peculiar de esta escena es que los tres cerros vigías, el Cerro del Socorro, el Cerro de la Majestad y el Cerro de San Cristóbal, constituyen el final de tres cadenas montañosas “decapitadas” por el incansable paso del tiempo y la acción moldeadora del agua. De alguna manera, Cuenca se convierte de esta manera en el final (o comienzo) territorial de la parte más escarpada de la Serranía de Cuenca. Y es aquí, en la base de estos cerros, donde se levantaron con humildad tres arrabales míticos de Cuenca: los barrios de los Tiradores, San Antón y El Castillo. Vayamos por partes…
Si miramos hacia el este, en la dirección que hemos traído hasta esta parada, encontramos el Cerro del Socorro como “punto y final” de la Sierra de los Palancares. En su ladera se asienta el Barrio de Los Tiradores, cuyas calles (curtidores, bataneros, esquiladores, etc.) son un homenaje a los oficios perdidos de sus habitantes en el pasado, ligados al mundo de la ganadería y la industria.

Barrio de Los Tiradores con el Cerro del Socorro al fondo

Hacia el oeste, ya asociado al río Júcar, el Cerro de la Majestad marca el final de la Sierra de Bascuñana y el de la hoz del propio río. En su ladera, ubicado entre las faldas del cerro y la ribera del río, se sitúa el histórico Barrio de San Antón.

Barrio de San Antón

Por último, el cerro donde nos encontramos, el Cerro de San Cristóbal, es el final de la Sierra de Valdecabras, y “su barrio”, el del Castillo, marca el comienzo de la ciudad de Cuenca. Sus casas, construidas de piedra, cal y yeso, se sitúan fuera del antiguo recinto amurallado y dan la bienvenida a la señorial y eclesiástica ciudad, donde prima la piedra de cantería.

 

PARADA 6
Lugar: Bajada de las Angustias, bajo el Arco de Bezudo.

Parque de la bajada de las Angustias, bajo el Arco de Bezudo

Cuando llegamos a este rincón, la hoz del río Júcar nos recibe con el rugir del agua y el sonido del viento sobre los bosques de ribera, difuminando el canto de las aves que, desde las alturas, nos acompañan en este entorno, donde abundan los colores verdes, ocres y pardos de los bosques que abrigan al río y las rocas que lo protegen.
Desde este punto del camino tenemos una visión privilegiada de un espacio majestuoso y de gran relevancia histórica para Cuenca, la hoz kárstica formada por el río Júcar. Esta garganta guarda infinidad de historias de antiguos oficios asociados al monte y joyas naturales que conoceremos a lo largo de este tramo de la ruta autoguiada Cuenca OneEarth. El Júcar, desde su nacimiento, labra la roca caliza, nutre amplias vegas de cultivo y nos ofrece una gran riqueza natural asociada a su curso fluvial, destacando varios biotopos que, desde esta posición, podemos observar a diferentes alturas de la hoz.

Ejemplo de pastizal herbáceos que encontramos en las zonas más altas y base de los cortados rocosos de las hoces del Huécar y el Júcar

Empezamos por los prados de montaña y pastizales herbáceos que encontramos en las zonas más altas, en la cima y base de los cortados. Éstos nos muestran el trascurrir de la historia a través de sus pastos, fuente de alimento para el ganado y otros animales. En este biotopo, con un poco de suerte, podemos observar a ciervos y corzos aprovechando los pastos y frutos que dan color y sabor esta zona de la hoz.
A media ladera nos adentramos en el biotopo forestal en el que los bosques de pino negral, de repoblación, se mezclan con quejigos, encinas y extensos matorrales, dominados por arbustos espinosos como las aliagas, los majuelos, los rosales silvestres o los endrinos; y por gran variedad de plantas aromáticas y medicinales, como el romero, el tomillo, la mejorana o la salvia. Muchas de estas especies vegetales han sido tradicionalmente utilizadas como condimento en la cocina o para ser tomadas en infusión, regalándonos sus propiedades como remedio ancestral de numerosos males sufridos por el ser humano o sus animales domésticos.

Aspecto general del bosque predominante en las hoces del Huécar y el Júcar

En la zona más profunda de la hoz encontramos “la joya botánica y faunística” de la hoz, los densos bosques de ribera, formados en su mayoría por chopos y sauces. Esta zona del paisaje, salpicada de zonas de vega antiguamente utilizadas para el cultivo, hoy cubiertas de matorrales como la zarza, de cuyas ricas y sabrosas bayas podemos dar buena cuenta en otoño, destaca por albergar a especies animales como los pájaros carpinteros, cuyos “tamborileos” son inseparables del paisaje sonoro de la hoz; y la nutria, un carnívoro acuático que ha sabido adaptarse a las peculiaridades del río a su paso por la ciudad.

Aspecto general del bosque fluvial de la Hoz del río Júcar a su paso por Cuenca

Juntos, los distintos biotopos que se dan cita a lo largo del gradiente altitudinal de las hoces de los ríos Júcar y Huécar configuran un hábitat diverso ideal para la supervivencia de muchas especies de animales silvestres. ¡Y esto no es hablar por hablar! En el área abarcada por la figura UNESCO de Ciudad Patrimonio de la Humanidad de Cuenca se ha inventariado la presencia de un total de 180 especies de fauna vertebrada, el 71% de las cuales están incluidas en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas… 

Hábitat urbano de la ciudad de Cuenca entre los “corredores verdes” de los ríos Júcar y Huécar

Finalmente, no podemos pasar por alto el hábitat urbano. Entre los “rascacielos” conquenses y sus calles asfaltadas, las hoces de los ríos Júcar y Huécar destacan como auténticos “corredores verdes”, carreteras de vidas vegetales y animales que confluían con los caminos de hacheros, resineros, carboneros y arrieros, oficios ya perdidos gracias a los cuales el ser humano obtenía un buen provecho de los recursos naturales del entorno. Y es que antaño, los espacios verdes que rodean Cuenca no solo bullían de biodiversidad, sino también de peculiares formas de vida humana.

 

PARADA 7
Lugar: Torre de la luz

Torre de la luz en la senda de la Hoz del Júcar

Comenzamos a descender hacia la ribera del río Júcar y en este mirador podemos disfrutar de la grandeza de una hoz singular, muy especial para la población desde tiempos inmemoriales. Descubrir el río y los recursos que ha proporcionado al ser humano a lo largo de la historia son esenciales para conocer su importancia histórica para la ciudad.
Desde este punto observamos una pequeña central hidroeléctrica denominada “El Batán”, de la que hoy en día aún se extrae energía eléctrica de la poderosa fuerza motora del agua. Pero como sucede con muchas de estas construcciones, ésta fue con anterioridad un molino harinero y, muy probablemente, un batán, un tipo de molino que utilizaba la fuerza del agua del río Júcar para mover grandes martillos con los que golpear y así dar consistencia a los tejidos elaborados a partir de la lana.

Central hidroeléctrica denominada “El Batán”, junto al río Júcar.

Los antiguos oficios, como el del molinero o el batanero, estaban estrechamente relacionados con los conocimientos tradicionales, desarrollados a lo largo del tiempo a través de la experiencia, y adaptados a la cultura y al medio ambiente de cada momento de la historia. Son los saberes necesarios para obtener los recursos del entorno vitales para la comunidad. Así, los molinos o batanes se valían de los ríos, las carpinterías de los árboles, las canteras o caleras de nuestra piedra, los tejedores o cardadores de los ganados y de los pastos, y los tejares y alfares de la arcilla de nuestros suelos.
Entre estas ocupaciones tradicionales, en este punto es crucial hablar de la alfarería, ya que se trata de un sector económico importante en el pasado, que estuvo estrechamente vinculado al Barrio de San Antón. La ubicación de este histórico arrabal se debe a la cercanía de la leña para los hornos alfareros que se levantaron en esta zona de la ciudad, así como a la abundancia y proximidad del agua del Júcar, tan necesaria para hacer el barro, y a la de las propias arcillas, que eran obtenidas en las inmediaciones del barrio. Además, en la falda del Cerro de la Majestad, San Antón está resguardado de los vientos del norte, muy negativos para el correcto secado de las vasijas de arcilla. ¡La alfarería tradicional de Cuenca fue de gran importancia por la calidad de las arcillas!
En la actualidad, la Hoz del Júcar ya no acoge estos oficios, ni conserva la vida de las huertas como antaño. Los viejos frutales se han asilvestrado, y los molinos y batanes tampoco mueven sus ruedas. Por otro lado, la Hoz del Júcar se ha convertido, con el tiempo, en un importante refugio de biodiversidad y en un atractivo para el ocio de la población local, que pasea por su maravillosa ribera o practica diversos deportes en la naturaleza, como el senderismo, la natación, el piragüismo, el ciclismo o la escalada.

 

PARADA 8
Lugar: Santuario de Nuestra Señora de las Angustias

Plaza de la Ermita de las Angustias

Si las rocas hablaran nos contarían innumerables historias y leyendas en este punto. Al fin y al cabo, la Hoz del Júcar ha sido testigo de la evolución de una ciudad histórica, y como tal, tiene en su haber algunas leyendas inspiradas en determinados momentos o enclaves rodeados popularmente por el misticismo. Ahora nos encontramos en uno de esos enclaves, un lugar icónico para conquenses y visitantes: el Santuario de Nuestra Señora de las Angustias.

Los Ojos de la Mora

Esa mirada, que nos lleva observando desde que iniciamos el paseo por la hoz del río Júcar, son los Ojos de la Mora. Se trata de dos oquedades abiertas de forma natural en el roquedo (cosas del sistema kárstico), y que hace unos años comenzaron a ser “ilustradas” con unos ojos por artistas de la Escuela de Bellas Artes de Cuenca…  El caso es que estas oquedades con ojos dibujados se inspiran en la leyenda de los Ojos de la Mora, que cuenta la historia de una doncella mora que murió de amor por la muerte de su amado cristiano, con el que no pudo casarse al ser este asesinado por el prometido concertado de ésta, también moro, al descubrir la secreta historia de amor.
Otra leyenda popular, la de la “Cruz del diablo”, nos habla de una historia acontecida en la cruz que se sitúa en el patio del antiguo Convento de los Descalzos, ubicado frente a la plaza en la que nos encontramos, en el siglo XVIII. Se cuenta que, en una tormentosa noche del Día de Todos los Santos, un hombre famoso por ser mujeriego estaba sentado junto a esta cruz seduciendo a una dama de portentosa belleza, hasta que al levantar el vestido de la joven la luz de un rayo descubrió una pata de cabra y su verdadera identidad: ella era el diablo… El muchacho, estremecido, agarró la cruz en busca de la salvación, aunque el diablo le propinó un zarpazo que le rozó el hombro y que quedó plasmado en la piedra de la cruz.

Cruz del Diablo, en el patio del antiguo Convento de los Descalzos.

Finalmente, otra “historia” clásica que toma como escenario la Hoz del Júcar tiene como protagonista la fuente situada en esta plaza, conocida como la Fuente de los Suspiros. Muy probablemente, esta fuente toma el agua de una de las surgencias kársticas naturales ubicadas en la base del cortado calizo, algo que podemos ver si nos fijamos en los musgos y líquenes que visten el roquedo a las espaldas de la fuente, gracias a la humedad de los abundantes rezumes. El caso es que se dice que los que beben tres sorbos seguidos de esta fuente encuentran el amor.

Fuente de los Suspiros, junto a la plaza de la Ermita de las Angustias

 

PARADA 9

Lugar: Fuente en el Recreo Peral y Juego de Bolos

Fuente en el Recreo Peral y Juego de Bolos, frente a la pasarela que cruza el río

¡Hemos llegado a la ribera del río Júcar! Sin duda, este punto en el que nos encontramos es un lugar de reunión para los amantes de la naturaleza desde tiempos inmemoriales… ¡Fijaos! Toda esta zona, conocida como el Recreo Peral, fue escenario de paseos en barca, bañistas, meriendas, bailes y juegos populares. De alguna manera, podemos decir que nos encontramos en lo que posiblemente fue el primer “espacio verde” que existió en Cuenca, pues ya era usado por los conquenses para el uso ocioso y lúdico de los ciudadanos antes de que la ciudad empezase a tener parques y jardines.
Si hay algo especialmente destacable en este punto es el espacio dedicado al juego de los bolos conquenses, un pasatiempo tradicional cuyo origen se remonta al menos a finales del siglo XVIII, cuando se establece el Recreo Peral como emplazamiento oficial del juego. Para jugar a los bolos conquenses solo necesitamos una plaza de arena, 9 “palos” en forma de varas de chopo o avellano de 1 metro de altura y 1,3 centímetros de diámetro y “bolas” de madera de pino o chopo con agarradera, de entre 2 y 4 kilos y entre 20 y 35 centímetros de diámetro, y refuerzo de tiras de chapa metálica. Los jugadores, repartidos en equipos, deben derribar el mayor número de “palos”, colocados verticalmente en “calles” con una separación de algo más de 6 m.

Algunos conquenses aún mantienen el tradicional juego de bolos conquenses

Los bolos conquenses, como muchos otros juegos tradicionales como el tángano, la calva o la billa, dependían del uso de elementos elaborados artesanalmente con materiales de la zona. De alguna manera, los juegos populares cubrían la escasez de medios y juguetes gracias a la imaginación y al uso de los recursos naturales.
Antes de continuar a la última parada de la ruta autoguiada Cuenca OneEarth, no podemos salir de este punto sin conocer una de las leyendas de la ciudad que más nos conecta con el uso etnográfico del territorio: la leyenda de Martín Alhaja. El Recreo Peral se encuentra en la base de una de las principales puertas a la antigua ciudad fortificada, la llamada Puerta de San Juan. Cuenta la leyenda que Martín Alhaja, un pastor cristiano que vivía dentro de las murallas conquenses cuando la ciudad estaba sitiada por el ejército de Alfonso VIII, salía a diario para que las ovejas pudieran pastar ampliamente en los campos de la Hoz del Júcar. Tras recibir una revelación de la Santísima Virgen, Martín desvela a los cristianos un plan infalible para traspasar los muros de la ciudad: vestir a algunos soldados con la piel de las ovejas y pasar el rebaño de vuelta a la ciudad amurallada por la Puerta de San Juan, custodiada por un vigía ciego que contaba las ovejas palpándolas una a una. Tras pasar el control, los soldados cristianos disfrazados de ovejas se deshicieron de los centinelas y abrieron las puertas a su ejército.

 

PARADA 10
Lugar: Junta de los ríos, desembocadura del río Huécar en el río Júcar

Parque fluvial en desembocadura del río Huécar en el río Júcar

Que mejor final para la ruta autoguiada Cuenca OneEarth que el punto en el que río Huécar se une al padre Júcar, a las puertas del Barrio de San Antón, después de haber convertido a Cuenca, según el mismísimo Pío Baroja, en un “nido de águilas hecho sobre una roca”.
Comenzamos la ruta a lo grande, hablando de una de las actividades económicas que, estando estrechamente ligadas a nuestro entorno, más influencia habían tenido en la evolución histórica y cultural de la ciudad. Así que no podemos terminar sino descubriendo algunas pinceladas de “la otra” gran actividad moldeadora de Cuenca y sus gentes: la explotación maderera.
Hasta mediados del siglo XX, los ríos fueron las mejores “carreteras” para el transporte de los troncos de madera desde los montes en los que se talaban hasta los aserraderos en los que se procesaban. Y si la ciudad de Cuenca no sería lo que es sin sus hoces, la Serranía de Cuenca no sería lo que es sin sus interminables pinares de pino negral y silvestre. Así que, si juntamos abundancia y buena calidad de madera con un río caudaloso como el Júcar, podemos imaginarnos la gran importancia que tuvo la madera para Cuenca.
La madera de Cuenca llegó hasta el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial a través del río Tajo para servir en su construcción… Y a través del río Júcar estuvo llegando durante siglos a los astilleros de Valencia y Cartagena, siendo una materia prima indispensable para la Armada Española en la fabricación de barcos. Las décadas clave de esta industria en tiempos modernos se dan a partir de la segunda mitad del siglo XIX, llegando a existir en Cuenca 22 almacenes de madera y varios aserraderos.
Esta actividad, la de llevar los troncos de madera por los ríos hasta donde se utilizaba, se conocía como “maderada”, y a ella estaba ligado uno de los oficios perdidos más duros, el del “ganchero”, que coge su nombre de los ganchos colocados en el extremo de largas varas de avellano que usaban para “navegar” los troncos por el río. Comenzando en primavera y aprovechando las épocas en las que el Júcar bajaba con más fuerza y mayor caudal, las maderadas podían llegar a reunir hasta mil gancheros que pasaban varios meses fuera de sus hogares.

Los gancheros usaban largas varas de avellano para manejar los troncos por el agua. En el extremo tenía una pieza de metal con un gancho para arrastrar y un pico para empujar (Ilustración de Verónica Duque Miota)

 

Una maderada llega a Cuenca en 1915 por el río Júcar a la altura del Puente de San Antón (Fuente: "Tarjetas postales de la ciudad de Cuenca, 1897-1936”)

Otro producto ligado a la explotación maderera que adquirió gran fama en el pasado fue la pez, una brea obtenida a partir de la cocción de la madera en seco en unos hornos conocidos como “pegueras”. En estos hornos se disponía, en capas y troceada, la madera de pino más resinosa (la tea), obtenida de la parte inferior del tronco y las raíces (del tocón), una vez que el pino se había cortado para su aprovechamiento maderero. La pez conquense también se enviaba a los astilleros, pues servía como impermeabilizante y aderezo en la construcción de barcos, entre otros muchos usos. Ya en los inicios del siglo XX se desarrolló la actividad de la resinación de los pinos, llegando a existir 3 fábricas resineras en la ciudad de Cuenca.
Ganado y lana, huertos y hocinos, caminos ancestrales, oficios perdidos, gigantes de piedra, ciudades encantadas, montañas que lloran agua, arrabales y gentes fascinantes, leyendas y juegos populares, madera, y mucha, mucha biodiversidad… Todos estos elementos han dibujado un paisaje mágico en torno a la ciudad de Cuenca, un paisaje que conecta la historia de la ciudad con su medio ambiente, y sin el que Cuenca no reuniría el riquísimo patrimonio natural y cultural que la convierte en Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

 

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